5 de octubre de 2010

Cuestión de tiempo

El tiempo pasa y nos empecinamos en perderlo.

Cuando lo busquemos ya se habrá ido. Quizás nosotros también.

A veces queremos acelerarlo. Luego crecemos y deseamos que se vuelva más lento.

Las alegrías son fugaces. Las amarguras persistentes, los regresos mucho más rápidos que los caminos de ida.

Objetivamente el tiempo es siempre igual e inobjetable.

En lo subjetivo, el velocímetro se ajusta con los sentimientos y sensaciones: la felicidad acelera. De lo otro mejor no hablar ni escribir.

Los novelistas y poetas insisten en que el tiempo se detiene. Pero bueno, tienen licencia para soñar. El resto del mundo tiene que laburar y, veinte años más tarde, comprobar que el tango tenía razón sobre las dos décadas y la nada.

Mientras, muchos esperamos "algún día" para hacer algo que postergamos con frecuencia.

Lo archivamos para el futuro, que no existe nada más que en nuestra mente e ilusiones.

El pasado fue pisado y es reescrito por la memoria, caprichosa en recordar las situaciones como quiere. Hasta que ya no encuentra nada.

El presente es lo único que tenemos. Y a cada rato se va.

Entonces, hay que apurarse y tomar las decisiones importantes.

Fijar las prioridades.

Aplicar la eficiencia para hacer las cosas que no nos gustan o no nos convencen demasiado.

Y, así, dejarnos la libertad de “perder el tiempo” en lo que realmente nos hace felices, con quienes queremos compartir la vida, o tratando de encontrar eso que nos hace sentir bien.