23 de junio de 2008

Acelerador, freno y cambio

Vivimos gran parte del día, de la semana y de la vida con el acelerador a fondo.

Andamos como choferes llevando a terceros de un lado para el otro. Nos dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a ellos, en lugar de a nosotros mismos.

De tan apurados que vamos, muchas veces nos olvidamos de poner el freno.

Algunos se dan cuenta de esto demasiado tarde, cuando están del otro lado (o se pegan un susto).
Mientras no estemos en ese grupo, hay que buscar la mejor manera de lograr poner el freno y hacer el cambio.

¿Qué suele hacer la gente?

  • Unos deciden cambiar de ruta y quizá siguen igual, a mil y sin respiro. Son los que cambian todo para que no cambie nada.
  • Otros tratan de usar el freno más seguido. Si lo logran, la máquina quizá no los lleve tan lejos, pero les dure más. Son los que aprenden a disfrutar de una travesía más lenta.
  • Hay quienes (se) prometen cambiar y siguen igual. Primera mayoría, por lejos.
  • Y hay otros que dan un volantazo tremendo. Frenan, se bajan y cambian totalmente. Ponen primera de nuevo pero de otra forma, descubren otro camino. Son los héroes de película, o de la vida real.
Mientras los unos y los otros bailan su bolero de Ravel, (para los de menos de 30 o los que nunca pasaron de películas de acción, les recomiendo ver este link para entender este juego de palabras, pero luego vuelvan a termina de leer esto), hay quienes se dedican a ser observadores.

Miran, piensan, calculan.

Y mientras dura el mientras y las cuerda les da, siguen con el acelerador a fondo, no ponen el freno y postergan el cambio.

¿Y vos? (¿Habré querido escribir "y yo"?)

Este es un buen momento para pensar si vas a cambiar todo para que siga igual, si serás un transeúnte lento, si vas a seguir siendo mayoría en algo o si, finalmente, te transformás en el héroe de película que siempre quisiste ser.

12 de junio de 2008

Intenciones y aventuras comunicacionales

A veces uno se queda así: sin palabras. Una situación o momento son tan fuertes que no hay nada para decir. O no se nos ocurre qué y cómo decir lo que pensamos.

Otras veces, uno quiere hablar, contarle a alguien lo que le acaba de pasar, lo que piensa o lo que opina.

En otras ocasiones, uno solamente quiere el silencio.

Pero al lado, de frente, o del otro lado, siempre hay alguien más.

Es muy difícil que esa otra persona esté en un mismo momento en sincronía total de intención comunicativa.

Entonces, surgen las aventuras comunicacionales:

  1. El desafío de la expresión, o “no sé por dónde empezar”: uno no sabe que decir… y el otro quiere escuchar.
  2. La situación ideal, de empatía y diálogo: uno quiere contar… y el otro quiere escuchar.
  3. La semilla de la desconfianza: uno no quiere hablar… y el otro quiere escuchar.
  4. El estado desconcertante: uno no sabe qué decir… y el otro no quiere escuchar.
  5. La famosa indiferencia: uno quiere contar… y el otro no quiere escuchar.
  6. El estado de silencio que se corta con la tijera: uno no quiere hablar… y el otro no quiere escuchar.

De seis situaciones básicas, solamente una es positiva e ideal.

Esa es una gran noticia… para comunicadores y psicólogos. Ambos tienen mucho por hacer.

Lo triste es que la comunicación y la psicología son ciencias sociales. Si fueran exactas e inapelables como las naturales, todos los comunicadores y los psicólogos serían millonarios.

Pero cada uno es lo que es, y cada cosa es lo que es.

Por eso los comunicadores debemos afrontar el desafío de la expresión, combatir la desconfianza, la indiferencia y el silencio. Y de tanto hacerlo, corremos riesgo de quedar desconcertados.

10 de junio de 2008

Pensar, hablar, actuar

Algunos intentan ganarse el pan pensando para que otros hablen.

Otros no piensan antes de hablar. ¡Y se arma cada lío!

Están los que hablan como si nunca hubieran pensado. Y los que cada vez que hablan demuestran que pensaron bastante bien lo que dijeron.

Algunos piensan todo el tiempo y no se deciden a hablar nunca.

Otros piensan muy poco y hablan mucho.

Están los que casi no piensan, pero tampoco hablan.

Y los que piensan mucho y hablan un montón.

Algunos se dedican a pensar sobre lo que otros piensan, mientras otros piensan sobre lo que otros hablan.

Por su parte, están los que hablan sobre lo que otros piensan.

Alguien habla y piensa que lo que dijo es lo que piensa, y que los otros entendieron lo que dijo, y lo que piensa. Y está equivocado. Pero nadie se lo dice, y si lo hace, quizá el primero no pueda o no quiera entender lo que le dicen.

Y en la vereda del frente hay alguien que dice algo, piensa que nadie lo entiende, y resulta que fue el más claro de todos.

Mientras muchos piensan y dejan de pensar, y otros hablan y dejan de hablar para interrumpir, hay unos pocos que se dedican a hacer.

Quizá lo que hacen lo piensan bien. O no. Simplemente improvisan.

Pueden hacer lo que hacen para hablar de eso. O simplemente para hacerlo, para ellos mismos.

3 de junio de 2008

Momentos y momentos

Hay momentos y momentos.

Algunos no pueden ser capturados ni por la mejor cámara.

Son momentos que se le escapan hasta al cineasta más experimentado.

Uno busca al mejor escritor y no los puede describir.

Organizamos un simposio de sociólogos, psicólogos y otros logos y, entre todos, no los pueden explicar.

Son instantes únicos, de felicidad plena.

Solamente los podemos captar nosotros mismos, desde nuestra perspectiva individual, con el corazón.

Los protagonistas suelen ser aquellos que definitivamente son el centro de nuestra vida, aunque a veces queden a un costado por lo ridículo de las circunstancias.

Si usted en algún momento se ha sentido así, estamos en la misma.

Seguramente tiene alguien en la vida que lo hace muy feliz. Y, en el mejor de los casos, varias personas que lo hacen muy feliz.

Si bien las estadísticas suelen ser tergiversadas, direccionadas, falsas o equivocadas, me atrevo a decir que en el 99% de los casos esas personas son familiares directos (con un margen de error de 5%).

Si esto es así, le recomiendo que haga algo: préstele atención a esa gente.

Porque los momentos de los buenos son los que justifican que uno esté aquí, de paso por esta vida.

A los momentos intrascendentes hay que erradicarlos. Nadie debe perder el tiempo, es un bien demasiado valioso.

Y a los momentos desagradables, en tanto sea posible, hay que evitarlos, aislarlos, atomizarlos, circunscribirlos, eclipsarlos, enviarlos a Siberia.

La estrategia a seguir es evitar que esos momentos empañen cualquiera de los momentos buenos, de los que valen la pena.

Sin embargo, como suele suceder con las estrategias, el desafío no es su definición, sino la implementación.

El día que encuentren la clave para llevar esta estrategia a la práctica, de manera infalible, me avisan por favor.

Por mi parte, si descubro el secreto, con todo gusto escribo un libro y me hago millonario. ¡Que momento!