16 de noviembre de 2010

Expectativas y logros

En el imperio de la avaricia, lo bueno, bonito y barato es ponderado como lo ideal.

En el reino de la abundancia los excesos hierven hasta derramarse.

En el andén del conformismo y la complacencia, quizá nos podamos sentir bien con lo bueno, aunque sea feito y carito.

Y, en algunos casos, hasta lo que es regular -incluso en el borde de lo malo- puede servirnos para lograr lo que esperamos o necesitamos.

El eterno debate entro lo ideal y lo posible tiene múltiples matices según la actitud y la forma de ser de cada persona.

Creo que hay algo claro en la discusión: si en la búsqueda de lo óptimo nos negamos a reconocer los avances obtenidos, perderemos la capacidad de alegrarnos por lo que es posible conseguir.

Si podemos bajar al menos levemente la expectativa de lo que consideramos ideal, la exigencia será más liviana, y la felicidad más frecuente.

Entonces, una fórmula a considerar es buscar siempre lo mejor, pero sin enloquecerse con objetivos inalcanzables, mantener la capacidad de apreciar los logros y, también, valorar el recorrido, más allá de los obstáculos o tropiezos en el camino.

En esa búsqueda, unos minutos pueden ser una vida; un abrazo, la convivencia; unas palabras, El Quijote de la Mancha; unos últimos instantes, un recuerdo para siempre; un estribillo, la canción más maravillosa; unas gotitas de agua o de vino, la diferencia entre el vaso medio vacío y el corazón medio lleno.

Nos vemos en el prôximo instante. En un reencuentro. Con expectativas bajas, para superarlas nuevamente.