22 de marzo de 2009

Elegir la ignorancia

No vengo a descubrir nada. Una vez más repito lo que alguien dijo o debió haber dicho.

Pero lo escribo por necesidad, o al menos para recordármelo y que uds. también lo tengan presente.

Los arrogantes, por el sólo hecho de ser como son, son ignorantes. No saben todo lo que no saben, ni quieren enterarse. Su ceguera las impide apreciar que hay muchos matices más allá de su verdad, que creen que es única y absoluta. Son totalmente incapaces de considerar el punto de vista del otro, porque tienen las anteojeras puestas las 24 horas del día.

Los sabios, en cambio, deciden ser ignorantes. Tienen muy en claro que esa es la manera de seguir aprendiendo. Deciden que no saben ni son los dueños de la verdad, como paso para investigar. Tratan de ver más allá de lo que creen que es correcto. Buscan ponerse en el lugar del otro, para entenderlo desde su perspectiva. Y pueden cambiar su opinión si encuentran otras que resultan enriquecedoras.

Por lo tanto, sabio no es aquel que se las “sabe a todas”, sino el que tiene el don de decidir ser ignorante, para aprender metiéndose en el pensamiento y los puntos de vistas de los otros.

Para bien o para mal, la amplia mayoría de las personas no son (somos, mejor dicho) sabios. Se trata de un grupo muy reducido. Es muy difícil encontrar a estos ignorantes voluntarios.

De los ignorantes involuntarios, en cambio, hay de sobra. Pero no todos son arrogantes.

Solamente los ignorantes que creen que se las saben a todas son arrogantes y pueden actuar como tales.

De los que por suerte se quedaron a mitad de camino hacia la arrogancia, hay dos grupos generales:

Los ignorantes que saben mucho de algunas ciencias o técnicas, pero están en cero en asuntos espirituales o sociales (para estos hay cientos de libros de inteligencia emocional). Estos son peligrosos, porque saben mucho pero no tienen sensibilidad. Con su conocimiento técnico pueden causar desastres.

La otra cara de la moneda son aquellos genios en lo social y emocional, pero ajenos a cualquier conocimiento técnico o “práctico”. Estos son los que hay que invitar siempre a los asados, para escucharlos y admirarlos. Suelen ser los que asumen la vida con más calma, porque no están en la carrera alocada de los técnicos-especialistas, que no termina nunca.

¿Cuánto tiene usted de ignorante, sabio o arrogante?

Todos podemos darnos cuenta de cuál categoría nos toca, de pleno o con matices. Lo que pasa es que para hacerlo tenemos que vernos al espejo y analizar quiénes somos. Y eso, sin dudas, es muy difícil.

Por lo tanto, muchos se alejan de la introspección, y proclaman: “a veces es mejor no saber”.

Poquitos se atreven a dar el primer paso y tratar de entenderse.

Si lo hacen y están determinados a mejorar, iniciarán su camino hacia la sabiduría.

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