3 de noviembre de 2009

Cenizas (distinto, pero más de lo mismo)

Son el rastro inequívoco del fuego que alguna vez ardió.

El pasado de un recuerdo que incuba nostalgia.

El futuro de las brasas que asarán el alimento más popular del Río de la Plata.

El destino elegido de un amigo, que decidió confundirse con ellas en el mismo río, convertido ahora en cuna de plata.

Son, también, la condición para que el ave Fénix reaparezca con todo su esplendor.

Todo vuelve a suceder, una y otra vez.

En miles de lugares distintos.

En civilizaciones diferentes.

En momentos históricos separados por períodos eternos para el individuo pero efímeros para el universo.

Las cenizas saben que son el mañana de una llama y el pasado del renacimiento.

Desafían a la lluvia.

Se hermanan con el viento.

Son una breve ausencia de vida.

Pero le hacen caso al poema y no se dan por vencidas ni aún vencidas.

Marcan el inicio de la presencia repetida del ave que vuelve a tomar forma.

Hace mil años.

Hoy.

En millones de años.

Una y otra vez dicen aquí estoy.

Aquí hubo algo.

Y volverá a resurgir.

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