20 de noviembre de 2009

Tiempos

Algunos andan apurados y quieren adelantar el futuro. Que el mañana sea hoy, llegar cuanto antes allí, aunque no sepan bien de que se trata.

En los niños se puede entender. Todavía no saben que el tiempo pasado se pierde y no se recupera jamás. En los adultos es una necedad, una imprudencia o, al menos, una impaciencia imperdonable.

Otros andan siempre en el pasado. Reviven la historia, las anécdotas, los laureles conseguidos. Piensan en lo que pudo ser y no fue, cómo habría afectado lo que hoy es y podría haber sido de otra forma. El penal mal pateado. La elección o prioridad equivocada. La palabra callada, o la que sobró.

En los niños no se da con frecuencia, salvo que se trate de promesas no honradas de los padres. En los adultos, en cambio, la nostalgia, el rencor y otros sentimientos agridulces se empecinan y confabulan para traer el ayer al hoy. Una y otra vez.

Los más sabios saben que el presente es la única realidad absoluta. No traiciona con promesas para el futuro ni recuerdos del pasado.

La única garantía de felicidad está en el momento actual. La energía existente probablemente no esté mañana, o quizas en minutos.

Todavía a la vida no le han encontrado el manual o el control remoto. Entonces, hay que olvidarse del "rewind" y del "fast forward".

La única opción es disfrutar el momento del "play", aprovechar totalmente el recorrido, sabiendo que si bien no podemos alterar los tiempos, indefectiblemente el "stop" llegará en algún momento en el que el futuro sea presente, y juntos desaparezcan para siempre.

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