20 de diciembre de 2009

Idas y vueltas

Para volver es necesario, primero, haber partido.

Con el regreso podemos confirmar lo que quedó en el lugar de origen, cómo cambiaron ciertas cosas (y personas) y de que manera muchas otras se fueron, con nosotros o después (si es que alguna vez estuvieron).

Generalmente la distancia en el tiempo y el espacio afecta nuestros recuerdos; la memoria destaca las virtudes de los orígenes, salvo en el caso de quienes deben renegar de ellos para validar sus decisiones. Estos últimos son quienes exaltan el registro de lo negativo para convencerse a si mismos que hicieron bien en partir.

Estar de vuelta implica, entonces, refrescar la mente y actualizar nuestras impresiones y sentimientos.

El asunto se complica cuando uno va y vuelve muchas veces y a varios lados, ya que puede llegar a un punto en el que ya no está muy claro si estamos yendo o volviendo.

En medio de la confusión, el redescubrir de dónde somos puede darnos el beneficio del renacimiento.

Lo más probable es que el paladar perciba lo agridulce del entorno.

Lo dulce es que podemos nuevamente ser y sentirnos parte del lugar donde nacimos y la gente con quien crecimos.

Lo agrio: saber que el partir comenzó y se reiniciará con la renuncia -temporal o definitiva- a quedarnos.

En ese proceso de renacimiento podremos iniciar una nueva interpretación del gesto más famoso de ese período de la historia, el de la Gioconda... y especular que ella (o él) quizá no sabía en el balance de un regreso si debía sonreir o no con lo que se encontró al momento de llegar a "su" mundo. Y apretó los labios mientras pensaba si estaba de ida o de vuelta...

1 comentario:

Valeria dijo...

Ta lindo Córdoba? Besotes!