21 de febrero de 2008

A pedido: caer en la trampa

El gran problema de la comunicación ha sido siempre, es ahora y será para el resto de los días la retroalimentación.

Cuando uno escribe o realiza cualquier acto de expresión sin un fin determinado, o con un fin diferente al de obtener ciertas respuestas y sugerencias, puede verse en la difícil situación en la que estuve hoy.

Hace casi 20 años que tengo este punto de vista: el problema es el diálogo, porque lo que la otra parte diga puede afectar irremediablemente el curso de las palabras, e incluso hasta de la acción. Eso es sumamente peligroso, amigos.

Un monólogo, en el mejor de los casos en privado, no tiene interrupciones ni se ve afectado por las opiniones y comentarios de terceros. Fluye como uno quiere. Es casi la expresión de la libertad más absoluta. Es el estado más puro de la falta de diálogo.

La retroalimentación es un flagelo aterrador porque siempre genera inconvenientes, como el de hoy, día en que he caído en la trampa de la comunicación. Peor aún, para que la paradoja sea mayúscula, he sido objeto de un pedido de alguien que se dedica a las relaciones públicas (como yo, para los que no saben cómo me gano el pan y las empanadas).

Esa persona me ha solicitado que escriba sobre un tema en particular. Es decir, fue activada una modalidad no planificada para este blog: el formato “on demand” o “a pedido”.

Desde el fondo de mi conciencia surge una frase de ética elemental que se salvó de la negrura general de la misma: “no hagas lo que no te gustaría que te hagan”.

Eso lo aprendí hace más de 16 años en mi casa. El 33% de los lectores de este blog (si mis dos hermanas lo siguen leyendo) puede corroborar este comentario.

Por lo tanto, debo suprimir la tentación de apelar a las respuestas fáciles, aunque lacerantes:

1. Te agradezco la sugerencia, pero ese tema no coincide con la línea editorial de este blog (no importa que sea desconocida para la mayoría de la gente, o incluso para mi mismo)

2. Es un excelente pedido, se lo voy a presentar a mi editor (no tengo, ni tendré, ni merezco tener uno, aunque me ayuda gente muy buena que me avisa cuando se me escapan errores de ortografía, pero no me escracha destacándolos en la sección de comentarios).

3. Lamento decirte que no aceptamos sugerencias de temas. (¿Por qué no?, ¿acaso no puede ser parte de un juego de palabras también responder al inicio del desafío temático?)

4. Ya cerré el blog de hoy y no tengo espacio. (Lo que sobre en un blog es espacio).

5. Veré si lo puedo incluir. (La acción clásica es evitar la publicación y esperar a que la persona que solicitó el tema se olvide del asunto o no persevere. Esto es imposible, quien me hizo el pedido me ve casi todos los días en el mundo real, y ahora me lee en el virtual, entonces hace que esta estrategia sea infructuosa).

Si no puedo negarme, sucede un efecto gramatical y matemático ineluctable: dos negaciones afirman. Ahí está el detalle casualmente… tengo que escribir sobre el tema que me han solicitado incluir en mi blog, lo que significa que transgreda a sus tres principios editoriales fundacionales, que son evitar escribir sobre lo siguiente: las cosas que me pasan o que hago, la gente que conozco, y las relaciones públicas.

Traiciono mi intención para respetar mi ética personal, por eso escribo sobre lo que me solicitaron: mi opinión acerca de qué significa prestar atención al detalle:

1. Es parte de la forma de ser de una persona. Es el interés de que no se nos pase nada, es sentirse responsable y estar atentos a todo el 100% todo el tiempo. Refleja el respeto a los otros y, por lo tanto, a nosotros mismos (en este momento necesitaría una tecnología que inicie música de violines en la PC a quien acaba de leer la palabra “mismos”).

2. Es generalmente algo que se trae de nacimiento o se aprende tempranito en la vida. Con los despistados, negligentes, arrebatados, desprolijos y desorganizados hay poca esperanza. Pero aunque sea escaza, mejor no perderla. Y tiene que aparecer un redentor que los encause.

3. Es un don que debe usarse en su justo grado y dimensión. El exceso desmesurado de atención al detalle bordea con la obsesión y puede tener un efecto paralítico: de tanto revisar nos pasamos el tiempo evaluando y corrigiendo, revisando y mejorando.

Creo que he cumplido con lo justo. No me sobra nada. Y “sin querer queriendo” utilicé otras técnicas que los medios ponen en práctica habitualmente y perturban la vida de los relacionistas públicos: tocar el tema, escribir un poquitito al último de un artículo larguísimo y por lo tanto donde casi nadie lee; no poner ni siquiera el nombre de quien hizo el pedido; incluir un título que no tiene nada que ver con el tema.

Entonces, a final de cuentas no quedé bien conmigo, porque me traicioné, ni con la otra persona, a quien es probable que no le sirva este texto. Otro caso de dos negaciones, así que por definición gramatical y matemática, este final es absolutamente positivo.

1 comentario:

Klaus Lange dijo...

¿Podés escribir sobre formas de pagos?. Gracias